¡Ay que larga es esta vida! / ¡qué duros estos destierros! / ¡esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida! / Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, / que me muero porque no muero. —Santa Teresa de Jesús.
23 marzo 2009
22 marzo 2009
Don Quijote de La Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra)
Le tenía un miedo como el diablo a la cruz. ¿Quién no le teme al “Don Quijote de La Mancha”? No todos los días se lee un libro que sobrepasa las mil páginas, y menos siendo de una época tan diferente a nuestra turbulenta era del siglo XXI.
La lectura del “Don Quijote de La Mancha” me llegó a destiempo, ya que durante mis años de colegial siempre evadí sumergirme en el fascinante mundo de caballeros andantes, por temor a verme devorado entre tantas y tantas páginas. Pero una vez me decidí a leerlo terminé completamente fascinado con las peripecias de El Caballero de la Triste Figura y de su gordiflón camarada Sancho Panza.
Al principio fue difícil ponerme en contacto con el ambiente de la obra, ya que me tocó leerlo durante mi estadía en la ciudad del sol, Miami. A mi alrededor se fusionaban los avances de infraestructura de aquella bella ciudad, y los bosques y molinos de La Mancha, formando un neoquijote en mi propio ambiente.
Me imaginaba a Dulcinea sentada en un restaurante al aire libre en la ciudad de Miami Beach, y a Don Quijote y su amigo Sancho cabalgando por los pantanos de los Everglades entre animales salvajes y plantas venenosas.
Mientras lo leía recibí el comentario de una amiga que intentó leer la clásica obra y terminó por confinarlo a lo más recóndito de un armario y lo encerró bajo llaves, pues decía que entre los deliquios que le estaba produciendo la lectura, creía ver el grueso ejemplar convertirse en un perro feroz que amenazaba con devorarla. Cada vez que cruzaba cerca del armario decía escuchar los rugidos caninos del perro queriendo atraparla. Imagínense, hubiese sido el primer caso en la Historia en que un libro devora a un ser humano.
Al igual que mi amiga, ésa era mi manera de pensar sobre esta voluminosa obra, antes de internarme entre sus páginas. Las ocurrencias de Don Quijote y de su entrañable amigo y compañero de aventuras Sancho Panza, matizadas con un verdadero sentido del humor, hicieron que esta obra me resultara amena. Sus laberínticas ocurrencias mantienen al lector en un constante vaivén entre la realidad y la fantasía.
Las amenas conversaciones entre amo y escudero que se suceden en todas las aventuras, van desvelando la personalidad de cada uno de ellos, y en su trasfondo encontramos una amistad abigarrada pero entrañable. ¿Y quién no se identifica con esta amistad? Todos alguna vez nos hemos encontrado con un Quijote, con la cabeza atiborrada de ideales, mientras que el mundo lo tilda de loco.
Y son muchos los afectados con este síndrome de locura caballeresca, pues la obra de Cervantes ha influido en tal grado las técnicas y procedimientos de las novelas posteriores que se ha llegado a asegurar que éstas reescriben El Quijote o lo contienen de manera implícita. Algunos de los escritores más influenciados son Mark Twain, Herman Merville, William Faulkner, José Joaquín Fernández de Lizardi, José Echeverría, Rubén Darío, Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez, entre otros.
Entre las grandes obras de la literatura española y de la literatura universal, sin duda alguna se encuentra “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, en 1605 la primera parte, y en 1615 la segunda.
En mi opinión El Quijote es el Génesis y el Apocalipsis de la narrativa, porque la literatura es eso, un mundo donde las cosas no son lo que realmente aparentan. Y esta es la base de la obra de Cervantes. Si bien es cierto que es un libro dotado de dientes y colmillos, la clave para no ser devorados está en familiarizarnos con él, entonces al final quedará convertido en un humilde cachorrito.
La lectura del “Don Quijote de La Mancha” me llegó a destiempo, ya que durante mis años de colegial siempre evadí sumergirme en el fascinante mundo de caballeros andantes, por temor a verme devorado entre tantas y tantas páginas. Pero una vez me decidí a leerlo terminé completamente fascinado con las peripecias de El Caballero de la Triste Figura y de su gordiflón camarada Sancho Panza.
Al principio fue difícil ponerme en contacto con el ambiente de la obra, ya que me tocó leerlo durante mi estadía en la ciudad del sol, Miami. A mi alrededor se fusionaban los avances de infraestructura de aquella bella ciudad, y los bosques y molinos de La Mancha, formando un neoquijote en mi propio ambiente.
Me imaginaba a Dulcinea sentada en un restaurante al aire libre en la ciudad de Miami Beach, y a Don Quijote y su amigo Sancho cabalgando por los pantanos de los Everglades entre animales salvajes y plantas venenosas.
Mientras lo leía recibí el comentario de una amiga que intentó leer la clásica obra y terminó por confinarlo a lo más recóndito de un armario y lo encerró bajo llaves, pues decía que entre los deliquios que le estaba produciendo la lectura, creía ver el grueso ejemplar convertirse en un perro feroz que amenazaba con devorarla. Cada vez que cruzaba cerca del armario decía escuchar los rugidos caninos del perro queriendo atraparla. Imagínense, hubiese sido el primer caso en la Historia en que un libro devora a un ser humano.
Al igual que mi amiga, ésa era mi manera de pensar sobre esta voluminosa obra, antes de internarme entre sus páginas. Las ocurrencias de Don Quijote y de su entrañable amigo y compañero de aventuras Sancho Panza, matizadas con un verdadero sentido del humor, hicieron que esta obra me resultara amena. Sus laberínticas ocurrencias mantienen al lector en un constante vaivén entre la realidad y la fantasía.
Las amenas conversaciones entre amo y escudero que se suceden en todas las aventuras, van desvelando la personalidad de cada uno de ellos, y en su trasfondo encontramos una amistad abigarrada pero entrañable. ¿Y quién no se identifica con esta amistad? Todos alguna vez nos hemos encontrado con un Quijote, con la cabeza atiborrada de ideales, mientras que el mundo lo tilda de loco.
Y son muchos los afectados con este síndrome de locura caballeresca, pues la obra de Cervantes ha influido en tal grado las técnicas y procedimientos de las novelas posteriores que se ha llegado a asegurar que éstas reescriben El Quijote o lo contienen de manera implícita. Algunos de los escritores más influenciados son Mark Twain, Herman Merville, William Faulkner, José Joaquín Fernández de Lizardi, José Echeverría, Rubén Darío, Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez, entre otros.
Entre las grandes obras de la literatura española y de la literatura universal, sin duda alguna se encuentra “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, en 1605 la primera parte, y en 1615 la segunda.
En mi opinión El Quijote es el Génesis y el Apocalipsis de la narrativa, porque la literatura es eso, un mundo donde las cosas no son lo que realmente aparentan. Y esta es la base de la obra de Cervantes. Si bien es cierto que es un libro dotado de dientes y colmillos, la clave para no ser devorados está en familiarizarnos con él, entonces al final quedará convertido en un humilde cachorrito.
14 marzo 2009
Eva Luna (Isabel Allende)
Una lectura “dolorosa”:
¿Por qué será que los betsellers me dan dolor de cabeza? Siempre me dejo llevar por la impresión que causan cuando lo tengo en las manos, pero luego que termino de leerlos me quedo buscando ese toque especial que los coloca entre los más vendidos.
El último trago amargo que me tocó fue “Eva Luna”, de la chilena Isabel Allende. Esta escritora es una de las más prolíficas de Latinoamérica, y su fama ha trascendido desde que publicó su primera novela, “La Casa de los Espíritus”, a mediados de los años ochenta. Pero no fue su renombre lo que me llevó a leer “Eva Luna”, sino más bien la obra en sí.
Estando un día en una librería de Miami empecé a hojear un ejemplar de esta obra y leí las primeras páginas. Estas primeras líneas fueron suficientes para dar con la misma narradora que meses antes había descubierto en “La Casa de los Espíritus”.
Pero no. “Eva Luna” me resultó un rosario, o sea, una repetición de descripciones. Cuando la novela debió tomar vuelo, se vio envuelta en una densa vegetación de hechos y eventos que no la dejaron despegar.
El personaje principal, Eva Luna, se ve reducido a la misma categoría de otros actuantes secundarios que en ciertos momentos parecen tomar más relevancia que la misma protagonista.
En este país, y en cualquier otro, debería estar penalizada la creación de falsas expectativas en el público, en este caso en el público lector. La portada de esta obra dice que se trata de “un romance agridulce”. Lo primero es que no trata de un romance, sino de la vida de una joven que se ve fuertemente golpeada luego de que su madre muere y la deja prácticamente desamparada. Lo segundo es que lo que se podría llamar romance (aunque no es así) no aparece en la narración sino hasta casi terminada la tercera parte del libro, próximo al final de toda la historia.
En cuanto al tema de la obra, éste cobra poca relevancia en el aspecto literario. No sé lo que la autora ha querido transmitir al momento de escribirla. Una obra literaria no debe nacer simplemente bajo las premisas económicas, porque de lo contrario no estaría cumpliendo con los propósitos edificantes de la literatura.
“Eva Luna” es una novela en la que su autora puso más atención a la forma de las palabras que a lo que éstas expresan, es decir, le da más cabida a la manera de decir las cosas que a lo que está diciendo.
Creo que esta obra no merece el calificativo de “novela” ya que está constituida por una serie de sucesos que parecen mantenerse aislados, y al final la obra toma un giro por senderos que ya hemos visto en libros anteriores de la escritora: guerra y política. Por eso es que digo “más de lo mismo”.
La próxima vez que decida leer un libro no me dejaré llevar por los titulares ni por los comentarios que de éste se hagan; tampoco por las primeras líneas, pues lo que al principio empieza como un delicado sendero de flores delicadas, en menos de cincuenta páginas se puede convertir en la vía dolorosa.
¿Por qué será que los betsellers me dan dolor de cabeza? Siempre me dejo llevar por la impresión que causan cuando lo tengo en las manos, pero luego que termino de leerlos me quedo buscando ese toque especial que los coloca entre los más vendidos.
El último trago amargo que me tocó fue “Eva Luna”, de la chilena Isabel Allende. Esta escritora es una de las más prolíficas de Latinoamérica, y su fama ha trascendido desde que publicó su primera novela, “La Casa de los Espíritus”, a mediados de los años ochenta. Pero no fue su renombre lo que me llevó a leer “Eva Luna”, sino más bien la obra en sí.
Estando un día en una librería de Miami empecé a hojear un ejemplar de esta obra y leí las primeras páginas. Estas primeras líneas fueron suficientes para dar con la misma narradora que meses antes había descubierto en “La Casa de los Espíritus”.
Pero no. “Eva Luna” me resultó un rosario, o sea, una repetición de descripciones. Cuando la novela debió tomar vuelo, se vio envuelta en una densa vegetación de hechos y eventos que no la dejaron despegar.
El personaje principal, Eva Luna, se ve reducido a la misma categoría de otros actuantes secundarios que en ciertos momentos parecen tomar más relevancia que la misma protagonista.
En este país, y en cualquier otro, debería estar penalizada la creación de falsas expectativas en el público, en este caso en el público lector. La portada de esta obra dice que se trata de “un romance agridulce”. Lo primero es que no trata de un romance, sino de la vida de una joven que se ve fuertemente golpeada luego de que su madre muere y la deja prácticamente desamparada. Lo segundo es que lo que se podría llamar romance (aunque no es así) no aparece en la narración sino hasta casi terminada la tercera parte del libro, próximo al final de toda la historia.
En cuanto al tema de la obra, éste cobra poca relevancia en el aspecto literario. No sé lo que la autora ha querido transmitir al momento de escribirla. Una obra literaria no debe nacer simplemente bajo las premisas económicas, porque de lo contrario no estaría cumpliendo con los propósitos edificantes de la literatura.
“Eva Luna” es una novela en la que su autora puso más atención a la forma de las palabras que a lo que éstas expresan, es decir, le da más cabida a la manera de decir las cosas que a lo que está diciendo.
Creo que esta obra no merece el calificativo de “novela” ya que está constituida por una serie de sucesos que parecen mantenerse aislados, y al final la obra toma un giro por senderos que ya hemos visto en libros anteriores de la escritora: guerra y política. Por eso es que digo “más de lo mismo”.
La próxima vez que decida leer un libro no me dejaré llevar por los titulares ni por los comentarios que de éste se hagan; tampoco por las primeras líneas, pues lo que al principio empieza como un delicado sendero de flores delicadas, en menos de cincuenta páginas se puede convertir en la vía dolorosa.
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