22 marzo 2009

Don Quijote de La Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra)

Le tenía un miedo como el diablo a la cruz. ¿Quién no le teme al “Don Quijote de La Mancha”? No todos los días se lee un libro que sobrepasa las mil páginas, y menos siendo de una época tan diferente a nuestra turbulenta era del siglo XXI.

La lectura del “Don Quijote de La Mancha” me llegó a destiempo, ya que durante mis años de colegial siempre evadí sumergirme en el fascinante mundo de caballeros andantes, por temor a verme devorado entre tantas y tantas páginas. Pero una vez me decidí a leerlo terminé completamente fascinado con las peripecias de El Caballero de la Triste Figura y de su gordiflón camarada Sancho Panza.

Al principio fue difícil ponerme en contacto con el ambiente de la obra, ya que me tocó leerlo durante mi estadía en la ciudad del sol, Miami. A mi alrededor se fusionaban los avances de infraestructura de aquella bella ciudad, y los bosques y molinos de La Mancha, formando un neoquijote en mi propio ambiente.

Me imaginaba a Dulcinea sentada en un restaurante al aire libre en la ciudad de Miami Beach, y a Don Quijote y su amigo Sancho cabalgando por los pantanos de los Everglades entre animales salvajes y plantas venenosas.

Mientras lo leía recibí el comentario de una amiga que intentó leer la clásica obra y terminó por confinarlo a lo más recóndito de un armario y lo encerró bajo llaves, pues decía que entre los deliquios que le estaba produciendo la lectura, creía ver el grueso ejemplar convertirse en un perro feroz que amenazaba con devorarla. Cada vez que cruzaba cerca del armario decía escuchar los rugidos caninos del perro queriendo atraparla. Imagínense, hubiese sido el primer caso en la Historia en que un libro devora a un ser humano.

Al igual que mi amiga, ésa era mi manera de pensar sobre esta voluminosa obra, antes de internarme entre sus páginas. Las ocurrencias de Don Quijote y de su entrañable amigo y compañero de aventuras Sancho Panza, matizadas con un verdadero sentido del humor, hicieron que esta obra me resultara amena. Sus laberínticas ocurrencias mantienen al lector en un constante vaivén entre la realidad y la fantasía.

Las amenas conversaciones entre amo y escudero que se suceden en todas las aventuras, van desvelando la personalidad de cada uno de ellos, y en su trasfondo encontramos una amistad abigarrada pero entrañable. ¿Y quién no se identifica con esta amistad? Todos alguna vez nos hemos encontrado con un Quijote, con la cabeza atiborrada de ideales, mientras que el mundo lo tilda de loco.

Y son muchos los afectados con este síndrome de locura caballeresca, pues la obra de Cervantes ha influido en tal grado las técnicas y procedimientos de las novelas posteriores que se ha llegado a asegurar que éstas reescriben El Quijote o lo contienen de manera implícita. Algunos de los escritores más influenciados son Mark Twain, Herman Merville, William Faulkner, José Joaquín Fernández de Lizardi, José Echeverría, Rubén Darío, Alejo Carpentier y Gabriel García Márquez, entre otros.

Entre las grandes obras de la literatura española y de la literatura universal, sin duda alguna se encuentra “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, en 1605 la primera parte, y en 1615 la segunda.

En mi opinión El Quijote es el Génesis y el Apocalipsis de la narrativa, porque la literatura es eso, un mundo donde las cosas no son lo que realmente aparentan. Y esta es la base de la obra de Cervantes. Si bien es cierto que es un libro dotado de dientes y colmillos, la clave para no ser devorados está en familiarizarnos con él, entonces al final quedará convertido en un humilde cachorrito.

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