MIAMI. (Librusa) – Si buscáramos en los polvorientos anaqueles del tiempo, atiborrados de obras clásicas, principalmente las de corte psicológico, nos encontraremos con los vestigios de una calidad literaria que nadie pondría en duda, aunque la gran mayoría carece de ese sabor de lo moderno con que se disfruta un libro ameno. No por ello dejan de ser —esos clásicos— las grandes obras maestras de la Literatura Universal.
Cuando termino de leer un libro, empieza para mí una odisea; en el puente entre uno y otro me abate la indecisión, pues siempre quiero encontrarlo todo en una misma lectura: primero la calidad literaria, que considero, y es realmente, lo más importante; segundo la fluidez de la historia, y por último que el lenguaje fluctúe entre la palabra correcta —sin rayar en lo absurdo y lo artificioso— y la sencillez. Nunca está demás que la historia “enganche” al lector en un hilo del que no se quiera desprender; así, al final de la lectura la mente puede suspirar enamorada del libro, más que de alivio por haber llegado a la catorceava estación de un viacrucis que parecía nunca acabar. Seguir leyendo en LIBRUSA