
Cuando termino de leer un libro, empieza para mí una odisea; en el puente entre uno y otro me abate la indecisión, pues siempre quiero encontrarlo todo en una misma lectura: primero la calidad literaria, que considero, y es realmente, lo más importante; segundo la fluidez de la historia, y por último que el lenguaje fluctúe entre la palabra correcta —sin rayar en lo absurdo y lo artificioso— y la sencillez. Nunca está demás que la historia “enganche” al lector en un hilo del que no se quiera desprender; así, al final de la lectura la mente puede suspirar enamorada del libro, más que de alivio por haber llegado a la catorceava estación de un viacrucis que parecía nunca acabar. Seguir leyendo en LIBRUSA