Para abarcar diversos episodios de esta primera parte de la biblia, Saramago se vale de un recurso ingenioso: hace viajar a Caín en el tiempo, de modo que pueda ser testigo, si bien no protagonista, de escenas como la destrucción de Sodoma, el fracaso de la torre de babel, la construcción del arca de Noé, entre otras.
Un Caín indignado va descubriendo confirmando conforme avanza el libro la arbitrariedad y sed de sangre de un dios que no considera el suyo. Pero, a diferencia del Cristo de El evangelio según Jesucristo, que padece en carne propia la sevicia de dios, en Caín su protagonista funciona, como ya he dicho, sólo como testigo de los hechos, no implicado directamente en ellos, lo cual le resta dramatismo a la novela. En el enojo de Caín resuenan las convicciones de Saramago, de modo que el libro parece ser un pretexto para que el autor luso exponga sus tesis. Además, no termina de ser convincente la justificación de Caín para matar a Abel: más bien parece una estratagema del asesino para evadir, ante los demás y ante sí mismo, su propia responsabilidad.
(Fuente: www.revistadeletras.net)