Eduardo Lago, que cuenta la historia de un escritor que muere sin dejar concluida una novela en la que llevaba trabajando muchos años y la de su albacea literario que le prometió terminarla. Lago se centra en la historia real que inspiró el libro inconcluso y teje una obra llena de simbolismo. Marta Sanz ha sido finalista con Susana y los viejos, inspirada en un pasaje bíblico.
Llámame Brooklyn, la primera novela de Eduardo Lago, es la historia de uno de esos escritores que, como diría Rafael Sánchez Ferlosio, saben tejer pero no hacer jerséis. Dicho de otro modo, narra la vida de un autor capaz de relatar hechos y de construir tramas al que, sin embargo, se le escapa la manera de clausurarlos al abrigo de una sola peripecia. Pero como sucede con toda obra fragmentaria, la del tejedor de jerséis no es la única historia de esta novela y, por la misma razón, el género literario al que pertenece puede parecer escurridizo. Pero antes de hablar del género, detallemos la especie. Llámame Brooklyn cuenta la historia del escritor Gal Ackerman a través de su albacea literario, Néstor Oliver-Chapman. Éste, antes de que su amigo muriese, se comprometió a purgar sus archivos y a terminar Brooklyn, la novela que Ackerman llevaba escribiendo desde hacía décadas y que no lograba finiquitar. Néstor Oliver-Chapman, después de dos años trabajando en este empeño, logró concluirla y así rindió homenaje a la memoria de su amigo.
Lo que interesa aquí no es tanto la novela terminada por Néstor, de la que no sabemos mucho, como la vida de Gal Ackerman, que sale a la luz durante la investigación de su albacea. Néstor, gracias a los archivos de su amigo, llenos de cuadernos, recortes, cartas y fragmentos de todo tipo, recompone la vida de Gal. Hasta los 14 años Ackerman se creyó hijo de la pareja formada por dos estadounidenses que lucharon en la Guerra Civil bajo la bandera de las Brigadas Internacionales, cuando en realidad sus padres fueron una joven de Valladolid y un brigadista italiano. También se nos narra su historia de amor con Nadia Orlov, que le dejó marcado de por vida; o la pasión por Brooklyn que le infundió su abuelo adoptivo, David Ackerman. De hecho Brooklyn constituye el paisaje de los idilios de Gal; a través de este distrito neoyorquino conoció el mundo y en Brooklyn vivió su romance con Nadia.
Pero ¿por qué el libro que leemos, Llámame Brooklyn, nos ruega desde el título que le llamemos lo que no es: Brooklyn, el libro que Gal Ackerman quiso y no pudo, o no supo, terminar? Lo que tenemos en las manos, al final, no es más que la historia entre bambalinas del libro verdadero, el making of de Brooklyn, y esto despierta en el lector la sospecha de que se está perdiendo lo bueno. Los niveles se van entrecruzando, y al final la red de primeros autores (Gal Ackerman, tejedor y, según se descubre, también mentiroso), y autores segundos (Néstor Oliver-Chapman, el patronista de jerséis), mezclados con los mecenas del proyecto y con los testimonios de diversas fuentes (diario de Nadia Orlov, correos electrónicos de su hija Brooklyn, documentos procedentes del padre brigadista de Ackerman), se organizan en un campo de Agramante -valga la paradoja- que simboliza las tramas y las urdimbres dispares con las que está hecho el tejido.
El simbolismo no se agota en este punto. Gal Ackerman, hijo de una española y un brigadista italiano, adoptado por una pareja de norteamericanos y acogido en Estados Unidos, inevitablemente recuerda la deuda contraída por los españoles que encontraron allí un refugio de la barbarie. Tal vez pueda decirse de Llámame Brooklyn que, al igual que los fragmentos de Gal Ackerman, se tejió bajo el síndrome de Penélope. O que se trata de un jersey cortado al bies. O, simplemente, que una vida como la que nos ha contado Eduardo Lago da para muchas prendas de punto, todas abrigadas.
(Fuente: www.elpais.com)
¡Ay que larga es esta vida! / ¡qué duros estos destierros! / ¡esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida! / Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, / que me muero porque no muero. —Santa Teresa de Jesús.
15 marzo 2011
Abril rojo (Santiago Roncagliolo)
"Abril rojo" de Santiago Roncagliolo no solo está a la altura de thrillers hispanos de edición reciente como "La sombra del viento" (Carlos Ruiz-Zafón) y "La reina del sur" (Arturo Pérez-Reverte), sino que supera a muchos, en castellano o no, con su agilidad argumental y complejidad protagónica.
Lo va a atrapar desde su comienzo. Lo obligara a olvidarse de su entorno. Hará que se entregue del todo a un libro que, en su género, tiene las de convertirse en un hito literario.
La construcción de la trama no pudo haber sido mejor tratada. Roncagliolo no solo sigue reglas establecidas por la novela negra clásica, sino que las mejora, al grado que hace que el lector acostumbrado a la ficción de perfiles literarios elevados no crea estar leyendo una obra repleta de suspenso y de recovecos inesperados por el entretenimiento que proporciona, y si una de características narrativas universales.
El autor coloca en su obra a elementos de la narrativa latinoamericana del siglo pasado. Algunos pasajes, de leerse fuera de contexto, asumen características oníricas de realismo mágico sin serlo: el autor los define como pesadillas. Otros, parecieran estar alimentados del surrealismo de Juan Rulfo, donde los muertos protagonizan. A veces, es como si la ciudad peruana de Ayacucho, donde se desarrolla, fuera la hermana gemela de Comala, la de Pedro Paramo.
Este pendiente el lector, pues aquí no falta ni sobra nada que no sea necesario: cada prosa y dialogo asume su lugar. Roncagliolo presenta una prosa escueta, de oraciones concisas, al grano. Está consciente que las divagaciones empalagosas y las regresiones innecesarias tienden a aflojar el flujo de una historia como esta, y poco las utiliza. Los diálogos precisos no podrían haber sido mejor utilizados o colocados. La exactitud de las palabras y su bien cuidado orden contribuyen a la velocidad con la que se desarrolla esta novela de sobre 300 paginas, para que se pueda leer de un tirón.
El autor peruano intercala estratégicamente una mínima historia paralela "de incoherencias (...) barbarismos", "escrita" por alguien que no conocemos - ¿o sí?-, y que hace que "un montón de palabras arrojadas al azar sobre la realidad" carezcan de sentido alguno hasta el mismo final. Es un recurso con mucha destreza utilizado que ata no solo el principio con el fin, sino al mismo lector quien al seguir hasta donde este lo arrastra, es convertido en participe y cómplice de la trama.
El protagonista, "el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldivar", es un tipo muy complejo. En la mayor parte de la novela pareciera más papista que el Papa, utilizando los recursos permitidos por la ley en sus múltiples intentos por descubrir quién o quiénes son los asesinos de una serie de personas con quien él se ha cruzado. Sigue al pie de la letra lo estipulado por los registros del código civil que rige su profesión. Sin embargo, ya en la segunda parte, nos devela momentos en que la simpatía con la que nos había cautivado empieza a desmoronarse, a mostrarnos las garras de la imperfección humana. Tan es así, que hasta creemos verlo parte de la vorágine de sangre, violencia y muerte que, en este thriller magistral, nos presenta Roncagliolo.
Abril rojo merece ser leída no solo por los lectores habituales de narrativa en español, sino por los que creen que la literatura y la historia son aburridas. Esta obra rompe los esquemas trillados y echa al piso las percepciones preconcebidas.
Si nunca ha leído un bien logrado thriller en español, debe empezar con "Abril rojo".
Lo va a atrapar desde su comienzo. Lo obligara a olvidarse de su entorno. Hará que se entregue del todo a un libro que, en su género, tiene las de convertirse en un hito literario.
La construcción de la trama no pudo haber sido mejor tratada. Roncagliolo no solo sigue reglas establecidas por la novela negra clásica, sino que las mejora, al grado que hace que el lector acostumbrado a la ficción de perfiles literarios elevados no crea estar leyendo una obra repleta de suspenso y de recovecos inesperados por el entretenimiento que proporciona, y si una de características narrativas universales.
El autor coloca en su obra a elementos de la narrativa latinoamericana del siglo pasado. Algunos pasajes, de leerse fuera de contexto, asumen características oníricas de realismo mágico sin serlo: el autor los define como pesadillas. Otros, parecieran estar alimentados del surrealismo de Juan Rulfo, donde los muertos protagonizan. A veces, es como si la ciudad peruana de Ayacucho, donde se desarrolla, fuera la hermana gemela de Comala, la de Pedro Paramo.
Este pendiente el lector, pues aquí no falta ni sobra nada que no sea necesario: cada prosa y dialogo asume su lugar. Roncagliolo presenta una prosa escueta, de oraciones concisas, al grano. Está consciente que las divagaciones empalagosas y las regresiones innecesarias tienden a aflojar el flujo de una historia como esta, y poco las utiliza. Los diálogos precisos no podrían haber sido mejor utilizados o colocados. La exactitud de las palabras y su bien cuidado orden contribuyen a la velocidad con la que se desarrolla esta novela de sobre 300 paginas, para que se pueda leer de un tirón.
El autor peruano intercala estratégicamente una mínima historia paralela "de incoherencias (...) barbarismos", "escrita" por alguien que no conocemos - ¿o sí?-, y que hace que "un montón de palabras arrojadas al azar sobre la realidad" carezcan de sentido alguno hasta el mismo final. Es un recurso con mucha destreza utilizado que ata no solo el principio con el fin, sino al mismo lector quien al seguir hasta donde este lo arrastra, es convertido en participe y cómplice de la trama.
El protagonista, "el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana Saldivar", es un tipo muy complejo. En la mayor parte de la novela pareciera más papista que el Papa, utilizando los recursos permitidos por la ley en sus múltiples intentos por descubrir quién o quiénes son los asesinos de una serie de personas con quien él se ha cruzado. Sigue al pie de la letra lo estipulado por los registros del código civil que rige su profesión. Sin embargo, ya en la segunda parte, nos devela momentos en que la simpatía con la que nos había cautivado empieza a desmoronarse, a mostrarnos las garras de la imperfección humana. Tan es así, que hasta creemos verlo parte de la vorágine de sangre, violencia y muerte que, en este thriller magistral, nos presenta Roncagliolo.
Abril rojo merece ser leída no solo por los lectores habituales de narrativa en español, sino por los que creen que la literatura y la historia son aburridas. Esta obra rompe los esquemas trillados y echa al piso las percepciones preconcebidas.
Si nunca ha leído un bien logrado thriller en español, debe empezar con "Abril rojo".
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