12 abril 2008

Ilona llega con la lluvia (Álvaro Mutis)

En Ilona llega con la lluvia Álvaro Mutis prosigue la ambiciosa paráfrasis de su poesía que se había propuesto en La nieve del almirante, novela que da inicio a la saga novelística de Maqroll el Gaviero, y remitiéndose a «204», un poema de Los elementos del desastre, retoma el tema de la prostitución, pero no para enseñarnos el ruinoso hotel donde vive la hermosa inquilina y dejarnos escuchar de nuevo «su grito que recorre los pasillos / y despierta despavoridos a los durmientes», sino para llevarnos a Villa Rosa, un elegante burdel con prostitutas disfrazadas de azafatas de importantes aerolíneas internacionales que Maqroll y su amiga Ilona han planeado montar en Panamá para salir de la ciudad con el dinero necesario que les permita emprender nuevas aventuras.
Ilona Grabowska o Rubinstein, según figura en otro de los pasaportes con los que circula por el mundo, es una hermosa mujer alta y rubia, de origen triestino, que ha sido amante y compañera del Gaviero, con quien ha compartido, junto con su común amigo Abdul Bashur, numerosas andanzas en Escocia, en Flandes, en Alicante, en Marruecos y en muchos otros lugares de la tierra, y que ahora aparece traída por el azar bajo la lluvia en una calle de Panamá para rescatarlo de la miseria en que ha caído luego del suicidio de Wito, el capitán del barco en que viajaba haciendo pequeñas transacciones por los puertos del Caribe. Ilona es imaginativa, fraterna, protectora, cosmopolita, libérrima, y está siempre dispuesta a romper con todo y a lanzarse de golpe en empresas miríficas que la emparentan de lleno con Maqroll, convirtiéndola en la compañera ideal para transitar caminos siempre nuevos, diametralmente opuestos a las sendas trilladas donde se refugian los que ella denomina con desdén «los otros».
Estas características de Ilona hacen augurar que el negocio del burdel con prostitutas disfrazadas de azafatas de importantes aerolíneas comerciales propuesto por la triestina a Maqroll para atender a la clientela de marchantes y anodinos representantes de empresas que circulan por el ruidoso puerto caribeño saldrá a pedir de boca y proporcionará a los dos compinches las ganancias necesarias para salir de Panamá con dinero suficiente y sin haber trabajado demasiado. En efecto, así acontece y se producen deliciosos episodios como los protagonizados por el señor Peñalosa, un funcionario gris de una empresa contable que luego de pasar tres días bebiendo y disfrutando en compañía de las supuestas aeromozas descubre que su vida ha sido una farsa y termina sollozando desconsoladamente en los brazos de Maqroll; o como el del turco ciego que visita una noche el burdel y luego de explorar minuciosamente con las manos los uniformes de las stewardess descubre la impostura de su oficio y decide prestarse, sin embargo, al juego, encantado con el ingenioso truco. Pero una tarde irrumpe en Villa Rosa la aciaga presencia de Larissa, una extraña mujer morena procedente del Chaco que el narrador nos presenta como un doble oscuro de Ilona y que ejerce desde un principio sobre esta una atracción funesta que desvía la narración hacia el plano de lo esotérico e inaugura una corriente de misterio e intriga que terminará trágicamente.
Larissa posee un pasado oscuro que relata a Ilona y a Maqroll en largas charlas sostenidas en la terraza de Villa Rosa durante reuniones que tienen algo de ceremonia ritual, pues mientras habla las flores anaranjadas de un cámbulo cercano van cayendo en torno a ella, formando un círculo luminoso que parece dotarla de un poder sobrenatural. Este pasado tenebroso de Larissa tiene que ver con el tiempo en que estuvo trabajando en la isla de Sicilia como dama de compañía de una vieja princesa española que al morir le transmitió no solo el amor por la lectura, sino también sus visiones y fantasmas que, desde entonces, la acompañan y gobiernan su vida. La primera aparición de estos fantasmas, un oficial de los ejércitos napoleónicos y un relator del consejo de los diez de la República de Venecia, tiene lugar en la vida de Larissa a bordo del Lepanto, un viejo barco baqueteado que la lleva de regreso a América y en el cual estos extraños personajes que la visitan durante la noche y que Mutis describe con gran plasticidad se turnan para poseerla en su camarote en una serie de insólitos y vívidos episodios amorosos que producen en la mujer «una adicción semejante a la del opio», que la lleva a permanecer a bordo del barco aun después de que este quede convertido en una ruina tras encallar en Panamá.
Maqroll e Ilona nada saben del lugar fantasmal donde habita Larissa hasta el final, y cuando ésta última lo descubre es para caer en una celada tendida por la perturbada mujer, que, ante el temor de ser abandonada por Ilona, decide volarse mediante una explosión de gas junto con los restos del Lepanto, arrastrando consigo a Ilona a la muerte. El desastre ha ocurrido nuevamente y Maqroll vuelve a quedar solo, rumiando dolorosamente sus recuerdos y meditando sobre la muerte, sus sinuosos caminos y sus continuas celadas que serán siempre para nosotros un enigma. Sin embargo, este drama cargado de misterio, que el narrador anuncia constantemente desde la aparición de Larissa y que se esfuerza en transmitirnos con alusiones reiteradas a lo oculto y a lo tenebroso, no consigue envolvernos en su atmósfera y se niega a encajar de manera convincente y natural con el ambiente distendido y festivo del burdel caribeño donde ocurre.

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